La muerte en Madrid y otros textos




El XIX Festival estuvo dedicado al poeta Raúl González Tuñón, de quien la editorial Beatriz Viterbo, con apoyo del CC Parque de España, publicó tres textos hasta entonces inhallables en un solo volumen: La muerte en Madrid. Las puertas del fuego. 8 documentos de hoy, escritos entre 1936 y 1938. Escribe Martín Prieto sobre la lectura del libro: «A la luz de todos los poemas y textos en prosa reeditados en estos días –algunos muy poco conocidos, como Las puertas del fuego y todos finalmente cuidados con delicadeza–, puede verse el valor de aquella señera observación de Vallejo –quitándole ahora toda su paternalista carga de censura y negatividad: la originalidad del programa compositivo de Tuñón no tiene que ver –como se ha señalado tantas veces y como el mismo Tuñón quiso que se viera en más de una oportunidad– con un corrimiento del programa martinfierrista a partir de sus vínculos personales y poéticos con los escritores políticos de Boedo, sino que su desestabilizante es su modelo anterior: Carriego. Y a través de él, los viejos poetas post-modernistas, esos “turbios” parientes, como los llamó Vallejo, que le dan a Tuñón una sensibilidad popular y, concomitantemente, un amor por los paisajes del trabajo de los que carecen prácticamente todos sus contemporáneos.»


Contratapa, por Enrique Foffani

«Para muchos la Guerra Civil Española se trata de un momento crucial y –aunque parezca paradójico– de reconciliación entre América y España. La poesía, como un arma cargada de futuro, va a la guerra en pos de un sueño colectivo. Es ésta la Guerra incivil, como la llamó Unamuno, la guerra donde el Fascismo es el nuevo rostro de la Barbarie. Allí está Raúl González Tuñón y con él otros poetas latinoamericanos. Todas esas Españas traducidas a lengua poética tienen algo en común: privilegian el corazón, el ritmo que acompasa el fluir vital de su historia, la música orgánica del cuerpo, como si todos ellos se hubieran puesto de acuerdo en que lo que vale ahora, ante el abismo negro del Fascismo, es lo que se juega en los territorios del sentimiento. Pero la frase de W. H. Auden Madrid is the heart apunta además a pensar la ciudad capital de España como sinécdoque del mundo: Donde yace el corazón es una de las primeras crónicas que escribe Tuñón y España en el corazón el título del poemario de Neruda. Lo inédito de la guerra es la posición del sujeto frente a ella y el modo de emitir su voz desde allí, cerca del campo de batalla: ¿quien está en la crónica es sólo el cronista y en la poesía sólo el poeta? La guerra incumbe a ambos: las voces se juntan y dinamitan los cotos cerrados de la intimidad. Es la hora de la enunciación colectiva: lo político está en el nosotros, en el modo de dejar
que el otro irrumpa en el yo, en la violencia del apóstrofe como un modo de despertar al otro, al prójimo, pero también al otro de sí.
«La muerte en Madrid, Las puertas del fuego y 8 documentos de hoy son textos escritos entre 1936 y 1938, en el fragor de la guerra, y están marcados por dos justicias: la justicia política de la lucha antifascista y la justicia poética; la primera se perdió; la segunda ganó la batalla con la palabra. Porque a falta de otros, los recursos poéticos pueden crear un espacio donde el fracaso no fracase, donde la muerte no muera, donde Polvo y ceniza y nada no es su muerte,/ que la muerte en la lucha no es la muerte. Como el César Vallejo de España, aparta de mí este cáliz, que brega por darle muerte a la muerte, González Tuñón también cree en la potencia de esa utopía. Se vuelve el testigo veraz de esa creencia que los mantuvo de pie en medio del espanto de la barbarie del siglo. Si la barbarie de la guerra es siempre el testimonio de lo intestimoniable, como escribiera Paul Celan, González Tuñón en tanto corresponsal de guerra confía el documento al periódico que representa, pero no menos al poema que escribe con la misma pasión. Después de la vanguardia, después de la guerra, González Tuñón abre el camino a las escrituras desneutralizadas de la poesía y lo hace sin temores, sin culpa, sin titubeos.»

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