En Una poesía del futuro. Conversaciones con Juan L. Ortiz (Mansalva, 2008) están reunidas las entrevistas que le hicieran al poeta entrerrianos sus contemporáneos cuando su nombre comenzaba a salir del círculo de sus iniciados. Aquí se reproducen algunos fragmentos iniciales de esas charlas.
UN LARGO POEMA ÉPICO
Por Francisco Urondo
En uno de sus poemas, Juan L. Ortiz aconsejaba:
“deja las letras, deja la ciudad”. Desde esa perspectiva, lejos de toda
facilidad o convencionalidad –la literatura–, fuera del éxito –la ciudad–,
siempre pudo mirar el mundo y su universo, dar la versión que él iba
desentrañando con la perplejidad de los inocentes, con la valentía de los
lúcidos. Y, mientras iba desmadejando esta versión, levantó su sabiduría.
Estos tres volúmenes de su poesía permitirán
apreciar ese noble trabajo de desentrañamiento y construcción. En ellos se
reúnen los diez libros publicados por Juan L. Ortiz –el primero en 1933, el
último en 1958– y tres inéditos. A través de ellos se tendrá acceso a una
riqueza impensada para la cultura del país.
Remanso
Una “brisa profunda” agita y recorre incesantemente,
como un fantasma, estos poemas: los pone en movimiento. La naturaleza, los
elementos, se relacionan con los hechos, la historia, la gente, y componen una
larga y prolongada sinfonía: la vida es un milagro que hacen los hombres y en
estos poemas puede verificarse la maravilla.
La ternura cotidiana de “Guido con el vino siempre
pronto como su propio corazón” levanta vuelo como las “vacas que vacilan hacia
su noche reunida”: El espacio del corazón… ese sobre todo, este sobre todo de
sombra pobre y olvidada en que se llama desesperadamente a las puertas cerradas
y no se oye todavía detrás de ellas, entre las ramas de la noche su voz tenue y
casi perdida en que murmura sin embargo su respuesta todo el viento del mundo”.
Y en este vuelo se bordea el universo, se lo hace
tangible en toda su amplitud mensurable: “Sí, mis amigos, allí en esos rostros,
está el rostro./ La belleza está allí, nuestra belleza”.
Ejemplos como estos son fácilmente encontrables en
la obra de Ortiz; hace casi cincuenta años –nació en 1897– que navega en estas
aguas como esas canoas de doble proa, “sensibles”, como él gusta llamarlas. En
este medio siglo, el gran poeta entrerriano ha venido escribiendo un largo poema
épico –aunque saturado de lirismo–, donde el personaje principal, el héroe, es
el universo, pero el universo concebido desde la sensibilidad del hombre. Lo
que resulta de este mirar es un equilibrio: qué música, ahora, es la que nos
rodea y nos va penetrando silenciosamente.
El resultado de la aventura del héroe, su aventura,
es la concentración, un universo en orden, una armonía cósmica: La tarde mira
al agua, azul, y el agua es toda la tarde, azul. Y no se trata aquí de abstraer
para eludir, porque en este concierto no tienen cabida los universales
abstractos.
Cada elemento, al conectarse armónicamente, se
diferencia: no pierde identidad, sino que acentúa sus rasgos. Sus perfiles son
reconocibles y, juntos, conforman una nueva identidad –la poética– donde no
tiene cabida el individualismo burgués: cada elemento se concreta y se continúa
en el otro. Así, esta obra es una sabiduría, un gran acto de amor.
El afecto y la crueldad congenian, porque este largo
poema que ha escrito –y sigue escribiendo– Ortiz es como esos ríos vinculados
al Paraná, a cuyas orillas ha pasado gran parte de su vida, de aguas mansas y
peligrosas porque pocas veces el agua, ay, tuvo más secretos.
Así,
Ortiz, a quienes algunos pretendieron olvidar, como si la obra del poeta pudiese
quedar al arbitrio de unos pocos, como si se pudiese negar a los destinatarios,
el deleite de los poemas de Ortiz, entró ya definitivamente en el lugar
reservado únicamente para los que viven dedicados a la creación de su obra.
LA POESÍA QUE CIRCULA Y ESTÁ COMO EL AIRE
Por Juana Bignozzi
Juan L. Ortiz, ahora vive frente al Paraná, con esas
boquillas y esa letra increíbles, con sus gatos, sus mates, y una agobiante
cantidad de libros, papeles, revistas que no conocerán sino su orden personal.
Este hombre que da la vuelta completa a los temas desde explicar cómo se
introdujo el budismo en China hasta hablar del poema de Andrade a López Jordán
pasando por “Poésie vivante”, la cuarta dimensión, los problemas concretos de
la política actual, prolonga en esta ciudad su amor a los ríos y a la luz
entrerriana, al Villaguay de la infancia, al Gualeguay de tantos años.
En sus 72 años los hechos concretos no son
numerosos. Su vida, como toda su obra poética, es una permanencia, una
reafirmación, el alimentar la supervivencia de ciertas sensaciones. Podemos
decir que si leemos algunos poemas ya sabemos su obra, lo que puede impulsarnos
a seguir es saber cómo ha hecho este poeta para mantener en pie durante 60 años
todo ese aire, esa luz, su paisaje, y nunca tan justo un posesivo.
Bohemia y
anarquismo
Cuando viene a Buenos Aires, a los 17 años buscando
“…lo que se llama un poco de contacto, deseando o anhelando vida literaria, que
a la vez me disgustó…” ya habían quedado atrás el Puerto Ruiz natal, el monte,
las reuniones de la tarde con los amigos de su padre, Emiliano Carullas, Daniel
Elías, el doctor Yarcho de la colonia judía, el descubrimiento de la biblioteca
de Villaguay de Dostoievsky, Tolstoi, Turgueniev, Samain, y “…el testimonio
vivo de la historia en la voz de los actores, sobrevivientes de Caseros, de la
guerra del Paraguay, muchos fugitivos de la Banda Oriental cuando el movimiento
de Aparicio Saravia…” Ya había pasado la pueblada radical del 12, por la que
Ortiz abandona la escuela, se hace orador, escribe en el diario de los
radicales “…esa participación del pueblo, ese descubrimiento antioligárquico me
interesó muchísimo…” Aquí fueron las largas caminatas desde el conventillo de
Villa Crespo, o desde Sarandí, donde vivía con la tía, hasta las bibliotecas,
las reuniones con los escritores anarquistas como Ghiraldo, González Pacheco,
la tertulia de Ugarte en su casa de la calle Rincón a la que a pesar del
recibimiento, fue una sola vez porque “…tuve la impresión de que había gente
muy inteligente, muy brillante, muy ingeniosa, pero que leía poco…”, las clases
en la facultad y en el Colegio Internacional de Olivos, sí, “…fueron tres años
muy vividos, una bohemia hambreada, caminada…” y la vuelta porque estaba
cansado, sentía deseos de ver el pago. Tenía necesidad de paisaje, “…mi madre
me mandó buscar, bueno pensé, después me voy a París o por ahí…” Es en 1916 y
Ortiz ya vivirá en Gualeguay “…los
caudillos radicales me tenían preparado un puesto, yo acepté con la condición
de viajar todos los meses a Buenos Aires y gastarme todo lo que ganara en
libros…” hasta 1942 en que se traslada a Paraná. Recién conocerá París en 1957,
de paso.
Cuando
vuelve “al pago” ya se estructura el esquema de su vida, la actividad política,
“…fuimos de los primeros anarquistas que adherimos a la Revolución Rusa. Muy jóvenes
habíamos formado el grupo de ‘Amigos de la Revolución Soviética’…”, la devoción
por la lectura, su poesía interrumpida.
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para eludir, porque en este concierto no tienen cabida los universales
abstractos.
Cada elemento, al conectarse armónicamente, se
diferencia: no pierde identidad, sino que acentúa sus rasgos. Sus perfiles son
reconocibles y, juntos, conforman una nueva identidad –la poética– donde no
tiene cabida el individualismo burgués: cada elemento se concreta y se continúa
en el otro. Así, esta obra es una sabiduría, un gran acto de amor.
El afecto y la crueldad congenian, porque este largo
poema que ha escrito –y sigue escribiendo– Ortiz es como esos ríos vinculados
al Paraná, a cuyas orillas ha pasado gran parte de su vida, de aguas mansas y
peligrosas porque pocas veces el agua, ay, tuvo más secretos.
Así,
Ortiz, a quienes algunos pretendieron olvidar, como si la obra del poeta pudiese
quedar al arbitrio de unos pocos, como si se pudiese negar a los destinatarios,
el deleite de los poemas de Ortiz, entró ya definitivamente en el lugar
reservado únicamente para los que viven dedicados a la creación de su obra.
“Una cultura que en vez de liberar
reprime”
por Ricardo Zelarayán
Estamos en Paraná, junto a la casa del gran poeta,
sobre las barrancas verdeantes y arboladas del Parque Urquiza, con el gran río
y sus islas como fondo. Nos atiende cordialísima Gerarda Irazusta, la compañera
e interlocutora de siempre de Juanele (ya nos conocemos). Don Juan está en el
living, absorto en la lectura. Alegremente sorprendido nos hace sentar y en
seguida comienza a circular el mate. Lo observo. Parece un poco agobiado por el
intenso calor, por la fuerte radiación solar, pero esta impresión dura apenas
unos minutos.
De pronto, antes de que podamos pulsar el grabador,
se exalta: “Usted sabe, cuando esto –Entre Ríos– era una selva, las once tribus
guaraníes que la habitaban se pusieron de acuerdo y derrotaron y rechazaron al
ejército regular invasor… ¿Qué me dice?” Habla rápido y con pasión. “¿Y usted
sabía lo que le pasó a Mitre cuando llegó a Concepción del Uruguay a enganchar
gente para la guerra del Paraguay? Ya era de noche pero él se empeñó en hacer
un desfile al trote con su tropa para impresionar a mis comprovincianos. Pero
los paisanos le hicieron una broma pesada, ¿sabe? Apagaron los farolitos por
donde pasaría la comitiva a caballo y tendieron una gruesa soga de lado a lado.
De más está decir que los galerudos, como se llamaba entonces a los
porteños, se fueron al suelo. Y Urquiza, que estaba en componedor, por no decir
otra cosa, hizo perseguir y encerrar a los presuntos cabecillas y hasta se los
ofreció a Mitre”.
Le requiero bibliografía y Juanele menciona Los
primitivos habitantes de Entre Ríos del arqueólogo Antonio Serrano y la Historia
de Entre Ríos, de César Blas Pérez Colman. Y sigue: “¿Sabe usted lo que
pasaba aquí mismo en Paraná después de la derrota de López Jordán?…” Hace una
pausa y enciende un cigarrillo en una de sus mentadas boquillas. “Mire, la
paisanada de los alrededores no podía aceptar el contraste y en el momento
menos pensado los criollos entraban al galope en la ciudad y frente a la
jefatura política, manifestaban su repudio a la autoridad al tiempo que se
palmeaban la boca (imita el grito). No les hacían nada. Pero todas las puertas
y ventanas del centro se cerraban herméticamente como si viniera un ciclón”. En
seguida habla de Ramírez: “Sí, Ramírez… hum… No. Artigas… ¿Conoce la ley
agraria de Artigas? Artigas… ¡Artigas, Bolívar y Martí, esos son los hombres de
esta América!”
Doña Gerarda se acerca y suavemente me insinúa que
no abra el grabador por el momento. El perro y los gatos de la casa se pasean
requiriendo una caricia o una mirada. La entrevista parece naufragar, no sé si
felizmente, en una rueda de amigos. Y don Juan prosigue: “¿Y Garibaldi? Conoce
Ud. su evolución en Entre Ríos?” Le contesto que solo dispongo de datos
dispersos a través de don Joaquín Castellanos. “Ah, ¿usted sabe que era un
pirata que apresaron aquí cuando intentó remontar el río Gualeguay desde el
Delta? Después intercedieron algunos entrerrianos influyentes, lo soltaron y se
radicó en Villaguay, donde dejó descendencia. ¿Sabía? Pero lo más interesante
fue que allí en la biblioteca de un doctor… ¿Cómo se llamaba este doctor?
Bueno, ya me voy a acordar. En la biblioteca de este doctor leyó por primera
vez a los utopistas franceses en antiguas ediciones españolas. Bueno, y
después, cuando se fue de aquí, ya sabemos lo que hizo, ¿qué me dice?”. Suena
el teléfono. Una periodista solicita una entrevista urgente. Me están apurando.
No tengo más remedio que iniciar oficialmente la entrevista. Y hago
funcionar el grabador:
Poesía y realidad
–Bueno, don Juan, generalmente se
considera que la prosa, que los novelistas, están más cerca de la realidad que
la poesía. Nunca se supo bien por qué, pero se supone que la realidad está más
en prosa que en verso. Por eso es mucho más frecuente que el periodismo y los
otros medios soliciten a los narradores su opinión sobre el país, sobre el
futuro del hombre, o sobre cualquier tema de interés general. Ahora bien, desde
hace unos años es sabido que dos grandes poetas argentinos –aunque uno de ellos
también es narrador– son muy visitados no solo por periodistas, escritores,
estudiantes, sino por gente de toda clase. Y esos dos poetas hablan entonces de
lo que quieren, sin limitarse por cierto a la poesía…
–¿Quiénes son?
–Uno de ellos es usted.
–Y bueno… será por mis años. Pero, ¿quién es el
otro?
–Lamento crearle expectativas a usted y
al futuro lector de estas líneas, pero por el momento…
–Dígame… ¿Es un cordobés?
–Prefiero dejarlo para el final, aunque
sospecho que usted ya adivinó.
Le adelanto que es porteño, hijo de un entrerriano
que nació a unas ocho cuadras de aquí.
–¡Ah!
-Con mi primera reflexión solo quería
incitarlo para que usted se largue como hace un instante cuando no funcionaba
el grabador. Perdón por haber creado un suspenso. Quiero que hable usted de lo
que le venga en gana. Por lo visto en este momento las culturas orales, la
cultura popular…
–Claro,
siempre me apasionaron las “culturas a la intemperie”, como decía Vossler. El
hombre que vive en contacto con la naturaleza no está frente a las cosas sino
en la intimidad de las cosas puesto que convive con ellas.
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