Los gajes del oficio




Este libro, publicado por Ediciones de la Universidad Nacional del Litoral, recopila intervenciones críticas y entrevistas públicas que tuvieron lugar en el marco del XVII Festival Internacional de Poesía de Rosario, que tuvo lugar entre el 15 y el 19 de septiembre de 2009. A modo de introducción se agrega el Discurso inaugural que pronunció Elvio E. Gandolfo al abrir las sesiones de lectura en el Centro Cultural Parque de España.
La XVII edición del Festival estuvo dedicada a homenajear a Francisco Urondo, con el sentido de ofrecer nuevas lecturas y poner nuevamente en discusión su obra. Germán Amato, Jorge Aulicino, Nora Avaro, Marcelo Díaz, Analía Gerbaudo, Ángel Oliva, Antonio Oliva y Ana Porrúa participaron en distintos paneles de discusión, de los cuales se ofrece aquí una muestra.
Las entrevistas públicas se incorporaron en 2009 a la programación del Festival como otra manera de acercar a los poetas y al público y dar acceso a los distintos modos de construir un oficio de poeta. La edición presenta las entrevistas en el orden que se realizaron, en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, del 16 al 19 de septiembre de 2009.
Esta edición se inscribe en el propósito de dejar registro de actividades realizadas en el marco del Festival, como un modo de aportar nuevos textos y reflexiones para la producción poética.



Discurso inaugural, por Elvio E. Gandolfo

Elvio E. Gandolfo (San Rafael, Mendoza, 1947), dirigió con su padre, Francisco, la revista literaria el lagrimal trifurca. Colaboró en revistas y diarios de Argentina y Uruguay: El péndulo, Diario de poesía, Punto y Aparte, V de Vian, La mujer de mi vida, Jaque, Clarín, Página 12, La Capital de Rosario, Crítica de la Argentina, Noticias, Cultural de El País (de Montevideo).
Publicó como narrador: La reina de las nieves, Dos mujeres, Ferrocarriles Argentinos, Cuando Lidia vivía se quería morir (todos de cuentos), Boomerang (novela), y Ómnibus. Recopiló notas periodísticas en Parece mentira, y crítica sobre géneros populares en El libro de los géneros.  En poesía integró las ediciones grupales De lagrimales y cachimbas, Poesía viva de Rosario y La huella de los pájaros. Entre sus traducciones figura una extensa antología de Poesía Beat. Dirigió la Editorial Municipal de la ciudad de Rosario. Vive en Montevideo.


Autoridades, organizadores de este festival en todos sus niveles, madres, padres, hijos, hijas, solteros y solteras, lectores consecuentes o salteados de poesía, poetas:

Cuando me invitaron a abrir este festival con un discurso, pensé en hacerlo improvisado y verbal, yendo y viniendo. Pero cierta preocupación en algunos mails de los organizadores acerca de “recoger el texto” (fea expresión), y editarlo después, por una parte, y una confianza moderada en mi capacidad de hacer algo con concentración total, cuando cualquier nube pasajera o luz del sol entre los árboles me distrae, hicieron que me dijera: Bien, mejor lo hago por escrito. Igual, inevitablemente, iré y vendré.
Este festival lleva 17 veces de realización. Eso me parece un prodigio digno de ser resaltado. Supongo que nadie habrá asistido esa cantidad de años sin falta, pero incluso para quien asistió a solo uno, la cantidad de grandes recuerdos asociados con él se le irá escapando con el tiempo, salvo esos dos o tres o quince fogonazos con que la emoción, el humor o la simple atmósfera nos graban algo de modo indeleble en la memoria, a despecho de su real importancia, sin que sepamos realmente por qué. Es obvio que en esa cantidad de años, también el festival habrá ido y venido.
Cada vez que se organizó se habrán chimentado y rumoreado cosas antes, durante y después. No sería un festival (de cualquier tipo), si así no fuera. En esta décimoséptima edición comienzan (o continúan) en este instante mismo los chismes y rumores, que tendrán mayor o menor relación con un fundamento (por lo menos algún fundamento tiene que tener un chisme o un rumor para funcionar).
Yo mismo me pregunto, como más de uno de ustedes lo estará haciendo, por qué hablo más de la cáscara de un festival que de la poesía en sí. En buena medida porque desde siempre he estado asociado con la cáscara de la poesía tanto como con la poesía en sí. Con mi padre Francisco, que tanto extrañamos ante todo mis hermanos y yo, hicimos cada uno de Virgilio del otro, y recorrimos mil veces esa Divina Comedia editando, leyendo como maníacos y escribiendo. Y escuchando o produciendo chismes y rumores. También yendo a lecturas, publicando el lagrimal trifurca (y después los libros y después las plaquetas tan bellamente impresas que sacó mi padre durante décadas), o perdiendo la voz de tanto hablar entre nosotros y con el grupo creciente de amigos (sobre todo poetas) tanto en nuestra imprenta de Ocampo 1812, que sigue en pie, como en ómnibus, caminatas por parques (sobre todo el Independencia), bares, restaurantes y cocinas, patios o comedores.
Para los dos, la cáscara era inseparable del fruto, formaba parte de él hasta en su esencia central. Por eso me alegra tanto estar participando ahora de este festival, en mi ciudad.
A lo largo de los años la poesía de Rosario, o la poesía de los poetas de Rosario me ha ido entregando líneas específicas tan necesarias y útiles para manejarme en la realidad como las de cualquier manual de armado y desarmado de un motor de automóvil. Se me han quedado pegadas y aparecen en cualquier instante, con el ritmo inesperado de la realidad, la vida o la poesía. Muchas situaciones hubieran sido distintas en la batidora interior si de pronto no hubiera saltado aquel par de líneas antiguas de Hugo Diz: “Sucede en un bosque nada encantado/ muere un pájaro colorado”. O para ver la ciudad de cualquier época, eterna me basta decirme en silencio, como Felipe Aldana: “Rosario y el Paraná/ se miden con mucha calma”. O me surge  siempre una sonrisa cercana a la carcajada con ese comienzo de Beatriz Vignoli: “Si te dicen que caí/ es que caí/ verticalmente”. Cito de memoria. En otro caso la línea era tan útil que la cité en voz alta a mucha gente, incluida la gente de Montevideo, donde vivo desde hace tanto tiempo. Cuento una anécdota:
            En una pequeña librería de la calle Tristán Narvaja, donde suelen servir café gratuitamente, estaba uno de tantos domingos de feria conversando con el librero, cuando entra una pareja y el hombre, un poco robusto, rubión, con un borde levemente germano (pero del romanticismo alemán), se me acerca, un poco pícaro y me dice: “No te acordás de mí”. Lo miré a los ojos (un buen método para reconocer a alguien después de muchos años) y le dije: “Como no. Es más, te puedo citar uno de tus poemas: Pasa el tiempo/ y se nos va cayendo el pelo”. Quedó estupefacto. Era, desde luego, Guillermo Colussi, y no podía creer que me acordara. No sabía que era una de esas líneas que sirven para moverse en la compleja realidad. Pero eso no fue todo. El librero, que había quedado en un segundo plano, intervino en ese momento con una luz en la mirada y confirmó: “Sí, sí. Es una frase que Elvio me ha dicho muchas veces”. Porque, desde luego, nada hay más universal y comprensible que el paso del tiempo, y, sobre todo, que la caída del pelo.
A lo mejor estuve en más, pero recuerdo dos de estos festivales. Hace mucho tiempo, leyendo. Y el año pasado, cuando hice coincidir la visita a mi madre con esos días. De los dos me quedaron recuerdos nítidos y a la vez incomprensibles en cuanto al motivo por los que los eligió mi memoria. Lo mismo les va a pasar a todos ustedes y a mí con éste. Incluso con este discurso, que permanecerá o se borrará según que entre o no un perrito a este sitio y nos toque la pierna, o según veamos o no de pronto a aquel amigo, a aquella mujer que hace tanto que no vemos.
El modo en que ha cambiado la ciudad en muchos aspectos me provoca asombro. Yo no sé si existe otra donde sus habitantes (o sus visitantes), si se les da la curiosidad o la gana, puedan ir a un kiosco céntrico y comprar la obra completa de buena parte de los mejores poetas de esa ciudad. Yo mismo, ni en mi más remota fantasía, pude prever que iba a publicar la obra de Arturo Fruttero, que había empezado Pedro Cantini. Ni que la colección seguiría con Felipe Aldana, con Aldo Oliva, con Irma Peirano, con Emilia Bertolé... Estimados amigos y amigas: hay algo en un lector, cuando se encuentra con ese tipo de libros (que incluyen fotos, prólogos largos, cuidadosa corrección) que canta como cuando se lee poesía.
Creo que un festival funciona cuando no se repite demasiado. Algunos opinan que tendría que haber muchísima gente, en el público y en las mesas. Otros que tendría que primar la calidad. Otros que tendría que hacerse en unos determinados salones. Unos terceros, que debería desplegarse en otros. Lo que importa para mí es entrar en contacto con lo que no esperaba, como me pasó el año pasado con el inglés James Fenton. Esas idas y venidas, ese acordarme sucesivamente de Isaías, Sevlever, Pidello, Scarabelli, D’Anna, Brarda, Saccone, Taborda, Padeletti, y ahí la corto, forman un torrente interior tranquilo o tormentoso, relacionado de alguna manera con este Festival. Es cierto: hablé casi exclusivamente de poetas rosarinos. ¿Pero acaso eso está mal? Para ver y oír más, para recorrer otros lugares (aunque también para insistir con éste, con Rosario) ¿acaso no están las librerías, y este festival de poesía?
Ahora arranca, ahora empezarán a oírse voces sucesivas. Debo reconocer que durante una década no escribí poesía. Pero hace unos años recibí en muy poco tiempo una serie de golpes personales, dramáticos o agridulces y de pronto brotaron otra vez los poemas. Les leeré algunos en algún momento de este festival. El resto del tiempo estaré oyendo los poemas de otros, o hablando hasta perder la voz en distintas mesas o veredas, y lamentando, inevitablemente, que no esté mi padre Francisco, que disfrutaba a fondo de estas cosas.
El tan citado Walter Benjamin habló emblemáticamente de la figura del Narrador. Otro habrá hablado en su momento del Poeta. Pero yo quisiera alzar otra figura emblemática: la del Lector de Poesía que Pasa el Dato. Por eso quiero terminar dedicando estas palabras a la memoria de Víctor Sábato, que fue quien nos volvió locos a los que hacíamos el lagrimal trifurca para que leyéramos primero y después editáramos a Francisco Aldana y Arturo Fruttero y Beatriz Vallejos, que se convirtió en lectura dilecta y amiga de mis padres. Salud, Víctor.
Agradezco infinitamente la invitación a venir, y a hablar, y si represento en algo al Festival, les doy la más calurosa bienvenida. Muchas gracias.

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