Este libro, publicado por Ediciones de la Universidad Nacional del Litoral, recopila intervenciones críticas y entrevistas públicas que tuvieron lugar en
el marco del XVII Festival Internacional de Poesía de Rosario, que tuvo lugar
entre el 15 y el 19 de septiembre de 2009. A modo de introducción se agrega el Discurso inaugural que pronunció Elvio
E. Gandolfo al abrir las sesiones de lectura en el Centro Cultural Parque de
España.
Las entrevistas
públicas se incorporaron en 2009
a la programación del Festival como otra manera de
acercar a los poetas y al público y dar acceso a los distintos modos de
construir un oficio de poeta. La edición presenta las entrevistas en el orden
que se realizaron, en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, del 16 al 19 de
septiembre de 2009.
Esta edición se
inscribe en el propósito de dejar registro de actividades realizadas en el
marco del Festival, como un modo de aportar nuevos textos y reflexiones para la
producción poética.
Discurso
inaugural, por Elvio E. Gandolfo
Elvio
E. Gandolfo (San Rafael, Mendoza, 1947), dirigió con su padre, Francisco, la
revista literaria el lagrimal trifurca. Colaboró en revistas y
diarios de Argentina y Uruguay: El péndulo, Diario de poesía, Punto y
Aparte, V de Vian, La mujer de mi vida, Jaque, Clarín, Página 12, La Capital de Rosario, Crítica
de la Argentina ,
Noticias, Cultural de El País (de Montevideo).
Publicó
como narrador: La reina de las nieves, Dos mujeres, Ferrocarriles
Argentinos, Cuando Lidia vivía se quería morir (todos de cuentos), Boomerang
(novela), y Ómnibus. Recopiló notas periodísticas en Parece
mentira, y crítica sobre géneros populares en El libro de los
géneros. En poesía integró las ediciones grupales De lagrimales y
cachimbas, Poesía viva de Rosario y La huella de los pájaros. Entre
sus traducciones figura una extensa antología de Poesía Beat. Dirigió la Editorial Municipal
de la ciudad de Rosario. Vive en Montevideo.
Autoridades, organizadores de este festival en todos
sus niveles, madres, padres, hijos, hijas, solteros y solteras, lectores
consecuentes o salteados de poesía, poetas:
Cuando me invitaron a abrir este festival con un
discurso, pensé en hacerlo improvisado y verbal, yendo y viniendo. Pero cierta
preocupación en algunos mails de los organizadores acerca de “recoger el texto”
(fea expresión), y editarlo después, por una parte, y una confianza moderada en
mi capacidad de hacer algo con concentración total, cuando cualquier nube
pasajera o luz del sol entre los árboles me distrae, hicieron que me dijera:
Bien, mejor lo hago por escrito. Igual, inevitablemente, iré y vendré.
Este festival lleva 17 veces de realización. Eso me
parece un prodigio digno de ser resaltado. Supongo que nadie habrá asistido esa
cantidad de años sin falta, pero incluso para quien asistió a solo uno, la
cantidad de grandes recuerdos asociados con él se le irá escapando con el
tiempo, salvo esos dos o tres o quince fogonazos con que la emoción, el humor o
la simple atmósfera nos graban algo de modo indeleble en la memoria, a despecho
de su real importancia, sin que sepamos realmente por qué. Es obvio que en esa
cantidad de años, también el festival habrá ido y venido.
Cada vez que se organizó se habrán chimentado y
rumoreado cosas antes, durante y después. No sería un festival (de cualquier
tipo), si así no fuera. En esta décimoséptima edición comienzan (o continúan)
en este instante mismo los chismes y rumores, que tendrán mayor o menor
relación con un fundamento (por lo menos algún
fundamento tiene que tener un chisme o un rumor para funcionar).
Yo mismo me pregunto, como más de uno de ustedes lo
estará haciendo, por qué hablo más de la cáscara de un festival que de la
poesía en sí. En buena medida porque desde siempre he estado asociado con la
cáscara de la poesía tanto como con la poesía en sí. Con mi padre Francisco, que
tanto extrañamos ante todo mis hermanos y yo, hicimos cada uno de Virgilio del
otro, y recorrimos mil veces esa Divina Comedia editando, leyendo como maníacos
y escribiendo. Y escuchando o produciendo chismes y rumores. También yendo a
lecturas, publicando el lagrimal trifurca
(y después los libros y después las plaquetas tan bellamente impresas que sacó
mi padre durante décadas), o perdiendo la voz de tanto hablar entre nosotros y
con el grupo creciente de amigos (sobre todo poetas) tanto en nuestra imprenta
de Ocampo 1812, que sigue en pie, como en ómnibus, caminatas por parques (sobre
todo el Independencia), bares, restaurantes y cocinas, patios o comedores.
Para los dos, la cáscara era inseparable del fruto,
formaba parte de él hasta en su esencia central. Por eso me alegra tanto estar
participando ahora de este festival, en mi ciudad.
A lo largo de los años la poesía de Rosario, o la
poesía de los poetas de Rosario me ha ido entregando líneas específicas tan
necesarias y útiles para manejarme en la realidad como las de cualquier manual
de armado y desarmado de un motor de automóvil. Se me han quedado pegadas y
aparecen en cualquier instante, con el ritmo inesperado de la realidad, la vida
o la poesía. Muchas situaciones hubieran sido distintas en la batidora interior
si de pronto no hubiera saltado aquel par de líneas antiguas de Hugo Diz: “Sucede en un bosque nada encantado/ muere
un pájaro colorado”. O para ver
la ciudad de cualquier época, eterna me basta decirme en silencio, como Felipe
Aldana: “Rosario y el Paraná/ se miden
con mucha calma”. O me surge siempre
una sonrisa cercana a la carcajada con ese comienzo de Beatriz Vignoli: “Si te dicen que caí/ es que caí/
verticalmente”. Cito de memoria. En otro caso la línea era tan útil que la
cité en voz alta a mucha gente, incluida la gente de Montevideo, donde vivo
desde hace tanto tiempo. Cuento una anécdota:
En
una pequeña librería de la calle Tristán Narvaja, donde suelen servir café
gratuitamente, estaba uno de tantos domingos de feria conversando con el
librero, cuando entra una pareja y el hombre, un poco robusto, rubión, con un
borde levemente germano (pero del romanticismo alemán), se me acerca, un poco
pícaro y me dice: “No te acordás de mí”. Lo miré a los ojos (un buen método
para reconocer a alguien después de muchos años) y le dije: “Como no. Es más,
te puedo citar uno de tus poemas: Pasa el
tiempo/ y se nos va cayendo el pelo”. Quedó estupefacto. Era, desde luego,
Guillermo Colussi, y no podía creer que me acordara. No sabía que era una de
esas líneas que sirven para moverse en la compleja realidad. Pero eso no fue
todo. El librero, que había quedado en un segundo plano, intervino en ese
momento con una luz en la mirada y confirmó: “Sí, sí. Es una frase que Elvio me
ha dicho muchas veces”. Porque, desde luego, nada hay más universal y
comprensible que el paso del tiempo, y, sobre todo, que la caída del pelo.
A lo mejor estuve en más, pero recuerdo dos de estos
festivales. Hace mucho tiempo, leyendo. Y el año pasado, cuando hice coincidir
la visita a mi madre con esos días. De los dos me quedaron recuerdos nítidos y
a la vez incomprensibles en cuanto al motivo por los que los eligió mi memoria.
Lo mismo les va a pasar a todos ustedes y a mí con éste. Incluso con este
discurso, que permanecerá o se borrará según que entre o no un perrito a este
sitio y nos toque la pierna, o según veamos o no de pronto a aquel amigo, a
aquella mujer que hace tanto que no vemos.
El modo en que ha cambiado la ciudad en muchos
aspectos me provoca asombro. Yo no sé si existe otra donde sus habitantes (o
sus visitantes), si se les da la curiosidad o la gana, puedan ir a un kiosco
céntrico y comprar la obra completa de buena parte de los mejores poetas de esa
ciudad. Yo mismo, ni en mi más remota fantasía, pude prever que iba a publicar
la obra de Arturo Fruttero, que había empezado Pedro Cantini. Ni que la
colección seguiría con Felipe Aldana, con Aldo Oliva, con Irma Peirano, con
Emilia Bertolé... Estimados amigos y amigas: hay algo en un lector, cuando se
encuentra con ese tipo de libros (que incluyen fotos, prólogos largos,
cuidadosa corrección) que canta como cuando se lee poesía.
Creo que un festival funciona cuando no se repite
demasiado. Algunos opinan que tendría que haber muchísima gente, en el público
y en las mesas. Otros que tendría que primar la calidad. Otros que tendría que
hacerse en unos determinados salones. Unos terceros, que debería desplegarse en
otros. Lo que importa para mí es entrar en contacto con lo que no esperaba,
como me pasó el año pasado con el inglés James Fenton. Esas idas y venidas, ese
acordarme sucesivamente de Isaías, Sevlever, Pidello, Scarabelli, D’Anna,
Brarda, Saccone, Taborda, Padeletti, y ahí la corto, forman un torrente
interior tranquilo o tormentoso, relacionado de alguna manera con este
Festival. Es cierto: hablé casi exclusivamente de poetas rosarinos. ¿Pero acaso
eso está mal? Para ver y oír más, para recorrer otros lugares (aunque también
para insistir con éste, con Rosario) ¿acaso no están las librerías, y este
festival de poesía?
Ahora arranca, ahora empezarán a oírse voces
sucesivas. Debo reconocer que durante una década no escribí poesía. Pero hace
unos años recibí en muy poco tiempo una serie de golpes personales, dramáticos
o agridulces y de pronto brotaron otra vez los poemas. Les leeré algunos en
algún momento de este festival. El resto del tiempo estaré oyendo los poemas de
otros, o hablando hasta perder la voz en distintas mesas o veredas, y
lamentando, inevitablemente, que no esté mi padre Francisco, que disfrutaba a
fondo de estas cosas.
El tan citado Walter Benjamin habló emblemáticamente
de la figura del Narrador. Otro habrá hablado en su momento del Poeta. Pero yo
quisiera alzar otra figura emblemática: la del Lector de Poesía que Pasa el
Dato. Por eso quiero terminar dedicando estas palabras a la memoria de Víctor
Sábato, que fue quien nos volvió locos a los que hacíamos el lagrimal trifurca para que leyéramos primero y después
editáramos a Francisco Aldana y Arturo Fruttero y Beatriz Vallejos, que se
convirtió en lectura dilecta y amiga de mis padres. Salud, Víctor.
Agradezco infinitamente la invitación a venir, y
a hablar, y si represento en algo al Festival, les doy la más calurosa bienvenida.
Muchas gracias.
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