Veinte años de poesía argentina y otros ensayos



La reedición de Veinte años de poesía argentina y otros ensayos, (Mansalva, 2009) recupera la obra crítica de Paco Urondo.

Prólogo

por Osvaldo Aguirre


Fancisco Urondo (Santa Fe, 1930 – Mendoza, 1976) escribió poesía, narrativa, teatro, ensayo, tículos periodísticos y guiones para cine y televisión. Esa diversidad estuvo sostenida en una flexión que se desplegó a través de un conjunto de textos aparecidos en revistas literarias y de interés general. La revisión de la poesía argentina y sus proyecciones, el replanteo de la tradición como modo de contestar al “oficialismo literario” y el compromiso ideológico de los escritores fueron motivos permanentes de interrogación, y factores de cohesión y unidad en una serie que atraviesa veinte años, desde la iniciación a la madurez. Los estudios recientes[1] han relevado parte de esa producción, aunque todavía falta una investigación específica y los textos permanecen dispersos en sus medios originales de publicación. Reunir una selección del material es el propósito de este libro, para poner nuevamente en circulación una zona desconocida de la obra de Urondo.



El ensayo Veinte años de poesía argentina 1940-1960 (Galerna, Buenos Aires, 1968) es el núcleo de esa reflexión, y su texto más citado. Sin embargo, con el paso del tiempo se volvió inhallable, por lo que es igualmente necesaria su reedición. Antes y después de ese libro, como colaborador o integrante de grupos literarios, como periodista de información general y redactor de cultura, Urondo sistematizó una lectura singular de la poesía argentina del siglo XX, definió una poética propia y puso en cuestión las tensiones y problemas de la articulación de la práctica intelectual y la acción política. Los ensayos, artículos y reseñas aparecidas en Poesía Buenos AiresZona de la poesía americanaLeoplánLa Opinión y Crisis, que se agregan en esta recopilación, pueden dar una muestra significativa de ese trabajo, y aportar referencias y elementos de análisis para abrir nuevas direcciones en la lectura de la obra y redescubrir su extraordinaria riqueza y profundidad.
En 1968 Urondo inició su militancia política al incorporarse al Movimiento de Liberación Nacional (Malena), de donde pasaría a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y finalmente a Montoneros. En el mismo año publicó un libro de poemas, Adolecer, grabó el disco Milongas y colaboró en el semanario de la CGT de los Argentinos. También escribió para la televisiónNo es el blues que me entristece sino esta horrible confusión, Dios mío, pudo ver el estreno de la película Turismo de carretera, de Rodolfo Kuhn, de la que fue coguionista, e integró por unos meses la redacción de la revista Panorama.
Pero el contexto de escritura de Veinte años… se encuentra en un período anterior, cuando Urondo comenzó a colaborar en la revista Leoplán y a la vez formó parte del grupo editor de Zona de la poesía americana, revista que editó cuatro números entre 1963 y 1964. Simultáneamente publicóNombres (1963), libro de poemas que cierra una etapa marcada por la influencia del invencionismo, y precisó, a través de ensayos breves, los ejes de su reflexión.
Los artículos periodísticos que escribió durante esa época están armados a través de fragmentos en que asocia entrevistas, lecturas, investigaciones históricas y pesquisas biográficas. El anecdotario no vale como simple información o nota de color sino en función de lo que revela del personaje: tiene sentido, dice por ejemplo de Oliverio Girondo, “si se lo recibe con la misma seriedad -por más disparatado que se presente- que la lectura de un libro suyo”. La escritura es inusual por su grado de elaboración y por las innovaciones que prueba en algunos géneros. En particular, Urondo desarrolla un modo de entrevista en que la figura del reportero está ausente, lo que pone más de relieve la voz del personaje y el trabajo con el texto. Es la “entrevista casi sin preguntas”, según se anuncia la que le hace a la actriz María Casares (Leoplán número 692, 19 de junio de 1963), que repone la conversación como si no existiera la mediación de la escritura. Más tarde Urondo empleó el mismo recurso, tanto en diálogos con escritores (con Julio Cortázar, con Elías Castelnuovo) [2] como en escritos ligados a la acción política (la entrevista con Carlos Olmedo, líder de las FAR, divulgada de forma anónima en 1970, e incluso el testimonio de los sobrevivientes de la masacre de Trelew en su libro La patria fusilada, de 1973, donde la voz del reportero interviene para ordenar los relatos de los entrevistados). Mientras tanto, entre notas dedicada al yoga, los cafés de Buenos Aires y los vendedores callejeros, proyecta sus ideas a propósito de la vanguardia y los poetas de la generación del 50 en artículos sobre Oliverio Girondo (a quien saluda en nombre de “las últimas promociones literarias”) y Ramón Gómez de la Serna, y en una crónica a propósito de las disputas por la dirección de la Sociedad Argentina de Escritores filtra la misma perspectiva de Veinte años…, el problema de la ubicación histórica e ideológica de los escritores y la formulación de la tarea por cumplir: el anuncio de “una nueva época en la cual los límites serán claros, las posiciones firmes y las contemplaciones tengan poca cabida”.
Si bien suele datarse el inicio de su obra en 1953, cuando publicó el poema “Gaviotas” en el número 13/14 de Poesía Buenos Aires, Urondo tenía una intensa actividad previa en la ciudad de Santa Fe, a través de un grupo que se nucleó en el Retablillo de Maese Pedro, un teatro de títeres, y la revistaLaberinto. “Miguel”, en esta compilación, es una temprana evocación de la etapa inicial, en que se incluyen tres libros de poesía: Historia antigua(1956), Breves (1959) y Lugares (1961). El texto, dedicado a Miguel Brascó, apareció en “El poeta y los días”, sección que Urondo escribió en dos números de Poesía Buenos Aires y se presentó en el número 16/17 (1954) con el siguiente encabezamiento:
“La vida del poeta es fácil. Es difícil. Atractiva, preferible, maldita, milagrosa. Vida que admite todos los matices y actitudes. Vida de actor palabrero, de sinceridad sangrante, de amor, de soledad en escenario, de aventura, de sueños, de viajes y sedentarismo. Vida fundamentalmente semejante a la de cualquier hombre. Vida común, en cuyo desarrollo la conquista de un sentido se convierte en la empresa por excelencia. A esa conquista concurren esfuerzos contradictorios -con frecuencia perjudiciales para él mismo, para la tranquilidad pública, para las buenas maneras-, y pocas veces conscientes. Entre esos esfuerzos por conquistar un sentido surge, en ocasiones, el poema. Las vidas que se irán evocando en esta sección podrán transmitir algo, quizá, de esa realidad cambiante y difícil que es la existencia del poeta.”
Brascó respondió en cierto modo al texto de Urondo en la presentación deNombres (librería Latina, Buenos Aires, 21 de noviembre de 1963), al rememorar “las numerosísimas circunstancias en que la vida de Paco Urondo y mi propia vida se confundieron, por así decir, en las mismas experiencias”[3]. Ambos participaban entonces en la edición de la revistaZona, junto con Edgar Bayley, Ramiro de Casasbellas, César Fernández Moreno, Noé Jitrik, Julio Lareu y Alberto Vanasco.
En el primer número, Alberto Vanasco entrevistó a Francisco Madariaga y Noé Jitrik en tanto representantes “de las dos tendencias más definidas y características de la poesía argentina”, planteadas en términos opuestos: por un lado, los escritores de Poesía Buenos Aires y del grupo surrealista, unidos bajo la influencia de la literatura francesa, con Oliverio Girondo como referente y la “notable supremacía del lirismo y una intensa valoración de la palabra” en sus obras; por otro, un arco más heterogéneo que iba desde Jitrik hasta Alberto Girri, supuestamente caracterizado por la influencia de la poesía inglesa, Borges y el hecho de “dar más importancia a las circunstancias comunicadas por la palabra que a la palabra misma, es decir, por una abierta tendencia a la objetividad”. Sin embargo, los poetas consultados no estaban de acuerdo con la distinción. En las preguntas de Vanasco -sobre los alcances de la palabra “social” referida a la poesía, la ubicación de Girondo- pueden leerse, por otra parte, los interrogantes del grupo, al menos los del propio Urondo.
La revisión de la poesía argentina surge como el principal interés común entre los escritores de Zona. En el mismo número, César Fernández Moreno recortó otras dos tradiciones en una perspectiva más amplia, al comentar un libro de Gianni Sicardi: una línea que inauguraba Luis de Tejeda “y acaba (o deseamos que acabe) en Leopoldo Lugones” y otra, “natural, conversada” a partir de Bartolomé Hidalgo, con el Martín Fierro, la generación del 20, los escritores de Boedo, la poesía ciudadana de Borges, la música popular y “la actual simbiosis de la generación de 1950 con lo que queda de la de 1940″.
Urondo y Vanasco aparecen como editores en tres de los cuatro números de la revista (el primero estuvo a cargo de Brascó y Vanasco). Las portadas-manifiesto (íntegramente dedicadas a retratos fotográficos de Girondo, Juan L. Ortiz, Macedonio Fernández y Enrique S. Discépolo, en ese orden), las encuestas que promueve (“Algunas ideas sobre la poesía” en el primer número; “¿Para qué sirve la poesía?”, en el segundo) y los artículos críticos (“La poesía es el principal alimento de la realidad”, de Bayley, en el segundo número, “Poesía argentina entre dos radicalismos”, de Jitrik, en el tercero, y “Lirismo y objetividad”, de Carlos Rafael Giordano, en el cuarto y último) configuran una sólida intervención crítica en el campo poético. En este marco se incluye “La poesía argentina en los últimos años”, un extenso ensayo de Urondo publicado en el número 2, que adelanta tres capítulos deVeinte años de poesía argentina (en la nota al pie se dice que el artículo es “un fragmento del libro Viejas y nuevas vanguardias. Apuntes sobre poetas y movimientos argentinos de vanguardia”).
A la vez Urondo escribe en Zona ensayos breves en que se pronuncia contra la idealización del oficio y marca un territorio propio, distante del populismo y de la ideología liberal. La influencia de Edgar Bayley, y sobre todo de su libro Realidad interna y función de la poesía, es notoria y viene de antes; ya en la “Introducción” a la Primera reunión de arte contemporáneo (Santa Fe 1957), Urondo hace suya la impugnación a los medios masivos, por su incidencia negativa en el gusto popular, y la reivindicación del arte como punto de comunicación entre los hombres. En Veinte años…, mientras cuestiona a los surrealistas y algunas ideas del grupo de Poesía Buenos Aires, señala el rol central de Bayley “dentro de la etapa que actualmente vive la poesía argentina”, lo exceptúa de las contradicciones que observa en sus compañeros de ruta y cita un texto suyo como ejemplo de la poética por venir; incluso en un artículo de principios de los 70, “Las nuevas escrituras de América latina”, renueva su valoración, al identificarlo como el escritor que “imprimió un criterio de síntesis” entre experiencias estéticas y existenciales en la poesía argentina.
Pero en la “Introducción” aparecen también rasgos propios de su pensamiento. La apelación al porvenir, el gesto de afirmar un programa y el llamado a la acción de los intelectuales, ya que entonces aboga por una “nueva mentalidad” que reemplace a la “mentalidad negativa que nos configura y nos preside”, tienen su sello personal. “Para que esto ocurra -agrega- se requieren otras transformaciones de las cuales, en cierta medida, depende la cultura”. En una entrevista publicada por la revistaPunto y Aparte, de Santa Fe, también en 1957, Urondo asocia nuevamente las preocupaciones estéticas y sociales: “La poesía actual (…) ve con mayor claridad los problemas que aquejan a su tiempo. Este mayor grado de lucidez (…) le exige mayores responsabilidades y por lo tanto da un contenido fundamentalmente ético a la poesía contemporánea”.
Las ideas que en sus contemporáneos permanecen generalmente en el plano de las declaraciones pasan, en su escritura, al terreno de la interrogación y de la crítica. La consigna “Cambiar la vida” de Rimbaud se vuelve ingenua y puramente retórica en los surrealistas argentinos, al estar desvinculada de la circunstancia histórica. Los conceptos de poesía y vida debían ser incluidos “dentro de un orden más amplio (…) que cada vez tolera menos el compadecimiento a distancia y se inclina por la participación en las desgracias de este mundo que vivimos”. A la vez, decía Urondo, no se trataba de optar entre surrealismo e invencionismo sino de asumirlos en la postulación de una poesía que atendiera a “eso que está allí todavía innominado”, en “los elementos que constituyen la realidad tangible”, y que partiera de un lenguaje propio: “El asunto es proponer la empresa de hacerse cargo de todo esto que en última instancia nos concierne y que exige un nombre”.
Al retomar los planteos del movimiento Poesía Buenos Aires, entonces, Urondo los profundiza y reformula por efecto tanto del desarrollo de su propia reflexión como de su práctica de escritor, y de escritor insertado en el campo de la producción cultural. En el plano ensayístico, esa reelaboración surge de una lectura que atiende al contexto histórico y que incorpora otras referencias, como los análisis de la revista Contorno; en lo estrictamente poético, de la valoración de Raúl González Tuñón y Nicolás Olivari, autores poco y nada leídos por la vanguardia, y de sus oficios de reportero y guionista de cine y televisión, que sintonizan con el giro coloquial y narrativo de su obra literaria. El resultado de tales cruces, esa mirada especial que “quiere ver y señalar, que es una manera de procurar una conciencia”, como dice en Veinte años…, le pertenece.
Entre el 16 y el 22 de enero de 1967 Urondo participó en el Encuentro Rubén Darío, en Varadero, Cuba; volvió un año después para asistir al Congreso Cultural de La Habana (entre el 16 de enero y el 18 de febrero de 1968), que reunió a veinticuatro críticos y escritos latinoamericanos y al que recordaría en su novela Los pasos previos (1974). Integró esa vez un panel sobre “La literatura argentina del siglo XX”, con Rodolfo Walsh y Juan Carlos Portantiero, y Mario Benedetti como moderador. Aquí expuso las ideas básicas de Veinte años…; destacó las figuras de Oliverio Girondo y Macedonio Fernández en oposición a Leopoldo Lugones y el oficialismo literario, que “no es solamente una literatura sino toda una actitud de vida, toda una ideología, concretamente frente a los problemas del país y del mundo”. El enfrentamiento es ideológico, supone “enfrentar a la clase que domina el país” [4].
En 1971, cuando su militancia política se intensificaba, Urondo ingresó como redactor en el diario La Opinión. Escribió en el suplemento literario y en la sección de Cultura, dentro del cuerpo del diario. En la sucesión de los artículos, seguramente sin un programa establecido pero en consecuencia con un planteo explícito, revisa el pasado y articula una tradición en cuya primera línea se encuentran Oliverio Girondo, Macedonio Fernández y Juan L. Ortiz.
Urondo dedica tres artículos a Juan L. Ortiz, a propósito de la salida de En el aura del sauce, primera edición de la obra completa del poeta entrerriano[5]. Un aniversario de su fallecimiento aporta la excusa para abordar a Macedonio Fernández. La atención sobre Girondo es más intensa. Urondo no deja de destacar su importancia, cada vez que escribe sobre la revista Martín Fierro: la existencia de un público masivo para la poesía, la juventud de sus integrantes como principio vital (“es una generación que pudo divertirse”) y la centralidad de Girondo definen, en su opinión, esa experiencia de la vanguardia. Pero quizá el texto más significativo sea la reescritura en La Opinión de la entrevista publicada en Leoplán: al margen de los pasajes que se mantienen intactos y de las correcciones estilísticas y sintácticas, el contraste entre ambos textos ilumina su valoración en dos momentos históricos y literarios diferentes, y por eso se decidió incluirlos en la recopilación. “La rebeldía, el enfrentamiento, la no aceptación, es una buena pauta para reconocer si se está frente a un verdadero escritor”, escribió Urondo en Veinte años… y Girondo le proporcionó uno de los mejores ejemplos.
“Probablemente no escribiré más ficción; me interesa ahora hacer libros testimoniales, porque la realidad que vivimos me parece tan dinámica que la prefiero a toda ficción”, dijo en una entrevista de Marcelo Pichón Riviére (Panorama, 29 de junio de 1971). En ese momento escribía Los pasos previos. Poco después publicó en La Opinión el artículo “Escritura y acción”, en que analiza “la crisis de la novela argentina” mediante una encuesta con ocho escritores. Destaca “la desconfianza sobre la efectividad del género, especialmente en momentos en que la presión política es grande y el pasaje de un tipo de sociedad a otra pareciera inevitable en estos países”. La literatura testimonial aparece como una salida, aunque Urondo destaca que también tiene sus dificultades y cita los reparos de Germán García -sitúa con precisión el problema al notar que se trata en primer lugar de una cuestión de lectura y luego de la crisis de cierta versión de la novela- y David Viñas.
En su última etapa en La Opinión se vuelca a la crítica de teatro, quizá motivado por el estreno de su obra Archivo General de Indias (1972). A fines de ese año se desvincula del diario. “Después de publicar Los pasos previos, -dice su hijo, Javier Urondo[6]- ya no hace nada, salvo escribir poemas sueltos. Sigue escribiendo, pero sin publicar. Ahora asume puestos de militancia. Empieza un laburo de base en la villa de José C. Paz”.
El 14 de febrero de 1973 Urondo fue detenido por la policía en una quinta de Tortuguitas y conducido al penal de Villa Devoto. En la quinta, además de las tareas de la militancia, leía la obra completa de Honoré de Balzac para un ensayo por encargo que no llegó a escribir. El año anterior había recopilado su obra poética en Todos los poemas (1950-1970) y tras recuperar la libertad, en mayo de 1973, es nombrado director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras y luego, en octubre de 1973, pasa a ser responsable político y secretario de redacción del diario Noticias, editado por Montoneros.
En mayo de 1974 Montoneros desplazó a Urondo de su cargo en el diario, que terminó por cerrar tres meses después. “Algunas reflexiones”, texto publicado en la revista Crisis, se ubica en esa coyuntura, signada por los desencuentros entre intelectuales y militantes y por los propios problemas que comienza a enfrentar con la dirección de la organización guerrillera, preanuncio de su traslado a Mendoza tras el golpe de 1976 y su muerte en un enfrentamiento con el ejército. Pero también remite al núcleo de su poética, porque retoma y vuelve a desarrollar las cuestiones planteadas en los años 60 y produce uno de sus mejores ensayos.
Leer en conjunto los textos dispersos de Urondo permite acceder a un corpus poco advertido. Aún discontinuos y fragmentarios, a veces con el apuro de la hora de cierre, la persistencia de sus preocupaciones y su atención simultánea sobre la poesía, la historia y el problema de la ideología otorga un fuerte sentido de cohesión a esos escritos. En las líneas de continuidad y en las reformulaciones, en sus estrategias de ensayista y en sus intervenciones en el campo literario, surge la figura de un poeta con plena conciencia del oficio y sus determinaciones. Los ensayos, artículos y reseñas que aquí se ofrecen aportan nuevas entradas a la literatura que produjo, y a la literatura de los años 60 y 70. Este libro se propone así como una contribución a los estudios sobre Urondo, en la perspectiva de propiciar nuevas búsquedas y renovar las lecturas de su obra.
Notas
1.Podrían destacarse, entre otros trabajos, el “Dossier Urondo”, en Diario de Poesía número 49, Buenos Aires-Rosario, otoño de 1999, que inició el rescate crítico de la obra de Urondo, y la publicación de Cantar junto al endurecido silencio. Escritos sobre Francisco Urondo, de Analía Gerbaudo y Adriana Falchini (Compiladoras), Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2009, libro que compila ensayos y artículos de distintos estudiosos de la obra de Urondo.
2.Cf. “Julio Cortázar: el escritor y sus armas”, en Panorama no 187, Buenos Aires, noviembre de 1970; “Elías Castelnuovo. Una imbatible juventud”, en La Opinión Cultural, Buenos Aires, 26 de diciembre de 1971.
3.Un fragmento: “¿Los fatigaré con remembranzas de Urondo de quien fui, Dios me libre, celador en el Colegio Nacional, en una aldea del litoral llena de mosquitos y maledicencias, llamada Santa Fe? A los quince años Urondo era un dandy, un adolescente insufrible dispuesto a cualquier mataperrada. Y me las olvido, respira en paz, joven vate. Atravesó el bachillerato en medio de una nube de amonestaciones tan interesado en la poesía y otras preciosidades de las ciencias llamadas del espíritu como yo lo estoy actualmente por las técnicas de fabricación de transistores. Una apariencia, sin embargo, como se vio casi en seguida. Persiguiendo quién sabe qué naifa, de estado virginal aún, pero seguramente ya no casta, Urondo apareció un día por un teatro de títeres que teníamos en Santa Fe y se hizo aprendiz de titiritero.Y allí entre las marionetas y los hilos -que siempre le ha encantado mover- Urondo encontró, además de la nínfula -a quien dejó embarazada probablemente- un campo de cultivo para sus bacilos líricos que comenzaron a procrearse entre ellos de una manera vertiginosa y reservada. Una noche (ya no trabajábamos en los títeres, sino en un teatro contutti, que patrocinaba la Universidad), en un entreacto, Urondo me arrojó unos papeles con una agresividad destinada a disimular su pudor: “Mirá estos poemas”, me masculló de perfil con esa articulación fonética ladeada que conserva hasta la fecha. “¿De quién son?”, pregunté cauteloso. “Míos”, lateralizó. Y allí no más, en las trastiendas del escenario del Teatro Municipal de Santa Fe tuve el privilegio histórico de leer los primeros versos escritos por Urondo o, por lo menos, los primeros que se atrevió a poner en circulación” (en Zona de la poesía americana número 3, Buenos Aires, mayo de 1964).
4.“La literatura argentina del siglo XX”, en Roberto Baschetti (compilador), Rodolfo Walsh, vivo, Ediciones de la Flor, Buenos Airess, 1994,pp. 33-61.
5.En esta selección se incluye “Juan L. Ortiz, el poeta que ignoraron” (La Opinión, 4 de julio de 1971). Los otros textos, “Una sabiduría de intemperie” (Panorama, 17 de noviembre de 1970), y “Un largo poema épico” (título original: “Aparece hoy en Buenos Aires la obra poética de Juan L. Ortiz, de enorme importancia en la lengua española”, La Opinión, 11 de julio de 1971), han sido reeditados en Una poesía del futuro. Conversaciones con Juan L. Ortiz, Mansalva, 2008.
6.Entrevista de Gabriela Esquivada. Cf. su libro El diario Noticias. Los montoneros en la prensa argentina, Universidad Nacional de La Plata, La Plata, 2005.

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