Trabajo nocturno. Poemas completos de Juan Manuel Inchauspe



En 2010 el Festival dedicó su XVIII edición al poeta santafesino Juan Manuel Inchauspe, de quien la UNL Editora y la Editorial Municipal de Rosario publicaron en conjunto sus poemas completos bajo el título Trabajo nocturno, del que aquí se reproduce la introducción que escribió el poeta y ensayista santafesino Francisco Bitar.





La intimidad como método
Francisco Bitar

Acaso una de las sensaciones que experimente el lector frente a esta nueva edición de la poesía de Juan Manuel Inchauspe sea la de una profunda intimidad, la impresión de participar en una conversación de uno a uno donde la voz relata en susurros una serie acotada de asuntos para los cuales el libro se convierte en llave y las medidas limitadas de la habitación –la del lector pero también la del poema– cobran las dimensiones de una amplia cámara de resonancia. Decimos una sensación (la de ser incluido en una atmósfera más que la de quedar recluido en un efecto) por estar investido el poema de cierta levedad, de un suave recogimiento mediante el cual la lectura parece estar asistiendo a su propio despliegue:

Suave es caer en la habitación
cuando hemos dejado detrás
esa acumulación crujiente de horas
quemadas para vivir.

Suave la presencia de los muebles
la línea de tu nuca acompañando
la inclinación de tu cabeza sobre el libro.
Suave el fondo de mar de tus ojos.

Y más suave la hora –en que ya cansado 
pero terriblemente libre– enciendo
la lámpara que apagaré muy tarde[1].

Si bien el lugar de lectura, resulta obvio decirlo, es de naturaleza variable dependiendo de las necesidades o las posibilidades del lector –porque se puede leer este mismo libro bajo el sol en vacaciones pero también sobre la mesa de trabajo–, las partes de la función son siempre las mismas: el lector y el texto. Sin embargo, tanto cuando se refiere a la lectura como al momento de poetizar su reverso privativo, la escritura misma, Inchauspe recurre al espacio al que ha sido confinada la lectura en épocas en que las obligaciones apremian: la habitación, la noche.
La onda envolvente del poema citado no emana simplemente del uso fluctuante de las “personas” –de la primera persona del plural a la segunda del singular para finalizar en la primera del singular– bajo esa atmósfera de impersonalidad suscitada por la anáfora “Suave es…”, sino que además son los elementos mismos del poema los que tienden a recrear el escenario íntimo de lectura: el retorno a casa luego del viaje al trabajo donde las horas sin forma se han acumulado (amontonado) para vivir, el ingreso a un interior donde la sola presencia de los objetos ya ofrece cobijo, y la hora superior del día en que se enciende la lámpara bajo la cual se es libre, de leer o escribir, y que arderá hasta muy tarde.
En Inchauspe esta situación del poema (noche, habitación) parece estar absorbiendo por completo al lector y al texto en un espacio mítico donde lectura y escritura abren nuevas posibilidades de experiencia cuando el día queda viejo y ya no ofrece resistencia. Lo “terrible” de la libertad de la que habla el poema no sólo está allí haciendo referencia a la manera en que se dilata el tiempo –el tiempo que queda por delante y que pertenece solamente al sujeto del poema– sino que nos señala además la fatalidad de la paradoja: se ha utilizado el grueso del día para vivir (para sobrevivir); queda todavía por delante la parte que nos pertenece de modo inalienable pero que, a diferencia de la otra, no sirve: no paga. Estamos ante la gratuidad del poema, ante su inutilidad, y la lectura es su fiel testimonio; en la situación del poema el lector lee su propia situación: es de noche, la hora en que todo y todos duermen, y el sujeto, el que prende la lámpara como si encendiera un fuego, siente crecer la posibilidad de entregarse libremente al vagabundeo.
Pero este vagar no avanza con paso errático –en términos prosódicos: no balbucea– sino que tiene un espacio preciso en el poeta santafesino: es un vagabundeo de interiores por donde la voz circula cada vez con mayor firmeza. Atender a esta altura al significado etimológico del término intimidad no resulta inoportuno: intimidad es la variación filológica de intumus, superlativo del adverbio intus (de aquí la voz inglesa into): adentro. Íntimo vendría a calificar entonces un modo especial de lectura, la que está lo más adentro posible, podríamos decir, la lectura de poesía. De este estado, Inchauspe construyó una escena a través de la situación misma que describe el poema pero también hizo de él su divisa en cuanto al trabajo impreso en la escritura: la idea de intimidad no se detiene en su empleo estático sino que, por el contrario, se la atiende –de poema a poema, de libro a libro– como proceso. En Inchauspe se trata de estar pero también de ir lo más adentro posible. 

* * *

También la crítica fue sensible a este proceso de profundización al verse incorporada ella misma a la mecánica del movimiento, llevando la reflexión sobre un número acotado de aspectos cada vez un poco más allá.  
Si bien una lectura periódica arrojaría como resultado una recepción en tres momentos (el primero de ellos compuesto por tres artículos con motivo de la muerte de Inchauspe, aparecido en el número 23, año 1992, de Diario de Poesía bajo el título general de “La secreta complejidad” con artículos de Daniel García Helder, Oscar Taborda y Osvaldo Aguirre; el segundo también en Diario de Poesía a raíz de la aparición de la Poesía Completa en 1994 con artículos de Fabián Casas y Alejandro Rubio; el tercero con artículos aparecidos en los números 5 y 8 de la revista Hablar de Poesía por Ricardo Herrera y Carlos Battilana respectivamente[2]), una lectura transversal reduce el espectro al análisis de dos cuestiones centrales en la poética de Inchauspe.
La primera de estas cuestiones, motivo no formal sino temático: la recurrente apelación a las palabras, es abordada antes que nadie por Osvaldo Aguirre en su artículo “Decir y no decir” donde el tema de las palabras en Inchauspe aparece envuelto en una dinámica de impulso y decepción cuyo movimiento es “su búsqueda y su falta”. Para Aguirre, el vínculo que Inchauspe entabla con la palabra aparece siempre en tal estado de tensión respecto del “yo” que cada afirmación que se aventure acerca del tema, de inmediato quedará desbaratada por el surgimiento de su reverso. Entre los artículos del segundo momento de recepción, Fabián Casas retoma el tema concentrando su lectura del lado de la búsqueda, el “asedio a las palabras”: para Casas la “obsesión capital” en la obra de Inchauspe aparece como una constante atención, como cerco al lenguaje. Del otro lado del arco, extremando el movimiento y acaso mediado en su desarrollo por la reflexión de Estela Figueroa quien en su prólogo a la Poesía Completa acentúa el carácter conflictivo de la búsqueda en lo que la autora llama una “lucha con las palabras”, Ricardo Herrera, en “Juan Manuel Inchauspe o el poema imposible”, lleva la cuestión hasta lo que parece ser un punto de no retorno. Para Herrera el tema admite todavía una nueva torsión que decide el resultado de “la lucha” en términos de pérdida: el poema se presenta en Inchauspe como “la imposibilidad del poema”, “impotencia” que no significa otra cosa que un “diagnóstico desfavorable de la hora poética”. En la intervención de Herrera, el hilo de una reflexión que hasta allí se mantenía a flote en una línea tensada y apenas oscilante, se precipita en la clausura de la versión de uno de los grandes núcleos temáticos en la poesía de Inchauspe, versión montada exactamente a través los tres períodos que construyen un relato: presentación del tema (Aguirre), su dificultad (Figueroa), su imposibilidad (Herrera).
La segunda de las cuestiones abordada por la crítica parte de la reflexión de Daniel García Helder en su artículo “Despojo y tensión”. “La secreta complejidad”, título que encabeza el conjunto al que pertenece el artículo, se desprende del fragmento de un texto de Borges citado por el propio Helder donde esa “secreta complejidad” es tomada como valor frente a la pura sencillez que, dice Borges, “no es nada”. Helder desentraña algunas de las claves de esa complejidad que progresa sigilosamente, por adelgazamiento: “despojo manifiesto”, “poemas que carecen de título”, borramiento de todo artificio, vocabulario de uso común, “no más de un par de motivos bajo el aura de un único tono”. Helder señala además que la de Inchauspe es una poesía sentimental, de un “yo” manifiesto y elegíaco, aspecto que es retomado en la segunda de las reseñas –“pues, como dice Brodsky, el timbre elegíaco siempre es autobiográfico”– donde la identidad vida/obra, que por lo general trae resultados poco felices en literatura, es vista con asombro por Oscar Taborda en “Un buen record” como la conquista de un estilo. Por su parte, entre las reseñas a la edición a Poesía completa pertenecientes al segundo momento de la recepción crítica, Alejandro Rubio parece combinar en “El mundo presentado como un bloque hostil” las lecturas de Taborda y Helder para dar sustento a su propia tesis, la definición de Inchauspe como poeta sentimental: a la pregunta por cómo “un discurso en primera persona, grave y sentimental” sale ileso cuando por lo general este tipo de discurso, en materia poética, comporta el fracaso (Taborda), Rubio responde en atención a tres rasgos centrales de la poesía de Inchauspe: “vocabulario cercano al habla”, “extrema discreción en los rasgos del yo lírico” y “restricción de los motivos” (Helder).           
Ahora bien, cuando cada una de estas dos cuestiones abiertas por la crítica se sintetizan y parecen cerrarse en una etapa ulterior que combina los elementos y lleva más allá los dos momentos anteriores, Carlos Battilana, sin dejar de atender a estas preocupaciones, desplaza el eje de la reflexión y genera una nueva apertura. El ensayo “Juan Manuel Inchauspe: la oscura atención” está construido de modo fragmentario y digresivo pero recurrente en lo sustancial: no se asigna a la oscuridad un sentido emocional o romántico que abonaría con su gravedad la idea del poeta sentimental, sino que se la entiende como el “motor” que permite generar las condiciones de escritura; en este sentido, la noche ocupa un lugar preciso en la construcción de una “escena” que tiene de “emblemática” el rigor de su insistencia. La lectura de Battilana desmonta esa escena –sobre la cual volveremos inmediatamente– al dividir la situación en distintos planos que aquí podríamos clasificar en términos de: lugar (“el hombre recluido en su cuarto”), espacio (interior, “la casa”/exterior “la ciudad”, “el mundo del trabajo”) y momento (“la noche”). Dentro de esta escena, las palabras, en un giro novedoso para la reflexión sobre Inchauspe, “son algo más del mundo” y no un mundo aparte que el poema vendría a re-presentar como lo sugería, en su punto crítico, el relato inicial: para Battilana las palabras pasan a ocupar en Inchauspe un lugar junto al resto de los objetos.


* * *

“He tratado de reunir pacientemente/algunas palabras.”[3] escribe Inchauspe, e inmediatamente más adelante: “De abrazar en el aire/aquello que escapa de mí/a morir entre los dientes del caos”. Si identificamos la mención a las palabras con el trabajo de escritura, el poema parece precisar de dos condiciones fundamentales para su concepción y su desarrollo: un tiempo (esa reunión de palabras que sólo una paciente espera hace posible) y un espacio (que pertenece a la esfera inmediata del poeta y que, en la medida en que de ella se alejan, se desgarran las palabras en los dientes de lo innominado; podríamos hablar de una “tropósfera” fuera de la cual el poema es incapaz de respirar). El poema, lo mismo que una planta de naturaleza delicada, reclama entonces una doble vigilancia para su cultivo: constancia en su desarrollo y cuidado ante los elementos amenazadores. No resulta extraño así que una parte importante de la obra de Inchauspe ilustre este motivo de atención a través de la construcción de un espacio interior (íntegro, seguro) con alusión a otro exterior (borroso, amenazador) de modo que sus textos parecen convertirse en una escenificación del momento de escritura desplegada a la luz de la hora del poema.
Los antecedentes, el trazado de las líneas divisorias de la situación que, con su conjuro, ponen a salvo la voz creando las condiciones necesarias de enunciación, están allí desde el comienzo, en el primer conjunto de poemas publicado en Alto Aire en 1965, revista que Inchauspe dirigió junto a Luis María Castellanos y Alberto Vila Ortiz. La revista se reclama confesa practicante de los presupuestos programáticos de Poesía Buenos Aires, el movimiento que “ejerció una renovación total sobre la poética nacional” y respecto de la cual Alto Aire pretende “retomar esa ruta”. La revista rosarina encuentra su razón de ser en un sentido llano de divulgación y continuidad: es una publicación de jóvenes autores lanzados a poner nuevamente en valor la propuesta de Poesía Buenos Aires en lo que hace a los criterios de lectura (incorporación de poetas europeos y estadounidenses al nuevo canon de autores y, en consecuencia, privilegio de la traducción) y con atención a ciertos aspectos formales del poema. La devoción profesada por los editores puede comprobarse en la amplitud, los temas y el carácter digresivo de los textos de los editores[4]. Sin embargo, donde en los otros hay deriva, en Inchauspe hay brevedad y sujeción a los elementos presentados, carácter restrictivo que procede de la atención a los pocos componentes del mundo acotado que presenta la situación.
La situación en estos cuatro poemas[5] tiene como centro referencial a la ciudad, sus bordes, su exterior. En “Sin nombres” la referencia se anota entre paréntesis “(No es cierto que la ciudad cruje en general; la ciudad gime y cae en cada uno de nosotros y a su manera)” y parece detener la mención a “las muchachas de aguas rápidas” para conducir el poema a una primera persona del plural, “Hemos dejado tantas cosas olvidadas…”. En el poema “Estas cosas oscuras”, la “bondad” y el “odio” no circulan por un espacio sino por un tiempo – “los días caídos en el invierno” – y el texto, como el día, va de la luz a la oscuridad: “deja la posible claridad […] y penetra el alto caserón de esta nueva noche”. Estos altos caserones abundan en Guadalupe[6] –barrio ubicado en los márgenes de la laguna Setúbal al que Inchauspe volvió una y otra vez, con su familia o en soledad, luego de sucesivas mudanzas– y su amplitud, la de los caserones, proviene no solamente de una altura en la cual, como leemos en “Estas cosas oscuras”, los techos y la noche se confunden, sino también de jardines delanteros y de los largos fondos que llegan, con persistencia, al corazón de la manzana y que han salido ilesos de loteos sistemáticos llamados a comprimir otras zonas de la ciudad. En esos fondos, con su prodigio de árboles y plantas, se dilatará también, a partir del libro Poemas[7], la poesía de Inchauspe, pero en el conjunto de Alto aire, el cuadro de situación está dado todavía por la ciudad y, en el caso puntual de “Estas cosas oscuras”, por su margen, la playa (acaso de la Setúbal) donde la primera persona –esta vez del singular: el “yo”– se anuncia: el límite en el que recibirá los “cangrejos nostálgicos que suelta el crepúsculo”.
En este contexto, en el poema “Elsa campesina”, el “tú” que mirará “el atardecer del campo, sus infinitos violines” se ve alejado del “nosotros” al haber cedido a la rutina –del campo, de su procedencia– en desmedro del amor, el cual se aloja con este movimiento bajo la plena soberanía de la ciudad; el amor es capital de la ciudad, la ciudad, la capital del amor:

[…] Quizá te digas con los ojos mojados: “No he sido demasiado fuerte”, “he cambiado el amor por la costumbre”, “he aquí el resultado”.
Nosotros, nosotros seremos apenas unas briznas de hierba aferradas a la gran muralla de tu secreto. Tu viejo secreto.
Mirando el rostro de tu esposo y el de tu padre, podrás murmurar amargamente: “Este doloroso, doloroso endurecimiento de mi vida, les pertenece”.

El modo conjetural sobre el cual se construye el poema, modo que responde al discurso del amante atrasado al momento de revivir viejos amores ahora adivinados en la formula “Quizá te digas con ojos llorosos…”, indica separación: el “nosotros” aparece en un lugar elidido por el texto pero, suponemos, lejano y opuesto al campo: la ciudad.
Como vemos, el carácter situacional que se desprende de estos poemas al establecer su centro de referencia en la ciudad, instaura una topología del texto a partir de una posición elocutiva específica: se trata de una primera persona variable entre el “yo” y el “nosotros” que encuentra, en la ciudad, su anclaje. De esta forma, la ciudad cobra la entidad de un deíctico, de un acá desde el cual esa primera persona encuentra la posibilidad de dirigirse a un “tú”, a un allá, en una locución amorosa que presenta todas los visos de un lamento ya que, a su vez, ese “yo” situado distingue los tiempos del poema: el acá (el “yo”) es el lugar del presente, del ahora resistido, el allá (el “tú”) es el lugar del pasado anhelado.
Ahora bien, la ciudad no solamente funciona como el espacio al cual el “yo” poético circunscribe su mundo sino que además ocupa un lugar estratégico al modular las oposiciones (tu-yo, acá-allá) del poema elegíaco[8]: es el elemento del poema que permite el pasaje del “tú” al “yo” en cuanto a posición, a la vez que marca la entrada del pasado en el presente en un sentido temporal: del antes en el ahora. Esta facultad discursiva de la ciudad como dispositivo poético a partir del cual se oponen los elementos pero que al mismo tiempo es capaz de combinar esos elementos opuestos, aparece sin reservas en “Mi amor en la ciudad”, poema que cierra la serie de Alto Aire; en la línea final, “A esta ciudad o lo que sea pertenecen todo tu amor y lo que ella ha hecho de él y lo que aún pueda quedarte”, termina por darse cita el conjunto de estos aspectos: yo/tú, antes/ahora/en adelante. Conteniendo y, a la vez, disponiendo ambos lugares de la locución, la ciudad, “esta ciudad vejada por un hollín que nadie puede precisar”, asume la función de velo: separa y esconde a la vez que muestra las combinaciones que conducen de uno a otro elemento.
En adelante, a partir del libro Poemas, los tres procedimientos principales utilizados por Inchauspe en los poemas elegíacos de Alto aire –las dos oposiciones: tu-yo, acá-allá y su elemento modulador que es a la vez su veladura: la ciudad– sufren modificaciones en la superficie del poema aunque conservan todavía su función.      
A poco de comenzar el libro, en el clima de desilusión amorosa del poema número 2 de la primera sección y exactamente con el verso “Después, como era de prever, todo se evaporó”, el “tú” amoroso desaparece, se evapora, de la obra de Inchauspe para dar paso, apenas más adelante, a su empleo fantasmático[9], el “tú” como prótesis del “yo”:

Una vez más estás en el comienzo de la mañana,
herido, insoportable, más débil todavía,
mirando cómo fluye la luz de las cosas,
la clara quietud renaciendo de las sombras[10].

Este empleo de la voz que parece hablarle a su propia sombra[11] impone una transformación de las coordenadas de la situación y prepara el terreno para lo que Carlos Battilana denominó la “escena emblemática”: ya no se trata del desencuentro entre el “tú” y el “yo” dentro de la ciudad como perímetro textual, ahora con una habitación alcanzará para uno: el patio o el dormitorio. En los versos siguientes del mismo poema, leemos la nueva situación:

Una vez más la luz por fuera de la ventana
y por dentro sombras apaciguadas y lentas.

Al mismo tiempo, la reducción del espectro elocutivo en un diálogo de “yo” a “yo”, implica un reajuste lexical que desplaza el tono enfático y algo ampuloso de los poemas de Alto aire hacia una voz monocorde con un lenguaje más próximo a la lengua hablada, rasgo evidente en la tendencia a sustituir el tuteo en favor del voseo (“No tenés nada más que palabras”) y el pasado compuesto en favor del perfecto simple (“Es cierto que temblé…”).
La nueva situación que dará origen a la “escena emblemática” en Poemas cuenta a su vez con dos planos claves: la ubicación (“en la habitación”, “en el patio”, “en el jardín”) y el momento del día (“El alba cae”, “el comienzo de la mañana”, “esta noche”). A partir de estas coordenadas y entre los oscuros rincones de la escena que se iluminará de golpe o terminará de fundirse en negro, circulan los tiempos del poema elegíaco. Ahora bien, el poema elegíaco, género tantas veces revisitado y no menos problematizado, sufre en el primer libro de Inchauspe su propia complejización: no se trata ya del simple desplazamiento temporal del pasado al presente en cuyo proceso se produce la pérdida y que aparece de un modo cristalizado en los poemas de Alto Aire; en Poemas la elegía tiende a desplegarse en un solo tiempo verbal y los medios del texto están ordenados con el fin de mantener al poema en esa estricta línea de tensión. En el poema 2 de la tercera sección, leemos:

Esta mañana al despertar
al abandonar el lecho de cenizas del sueño
me incliné como siempre en el jardín
pero no encontré la ayuda de mis palabras.
Quise saber por qué las aguas de aquella mañana
iban por encima de mí
más lejos de lo que yo esperaba
pero no encontré respuesta. En el lugar
donde todos los días mi rostro va a reflejarse
encontré una piedra oscura
de afiladas puntas.

Este poema está dividido en tres frases o períodos en un tiempo único: el pasado. La primera frase establece los planos de la escena: el momento del día –“esta mañana”– y la ubicación –“en el jardín”– al mismo tiempo que presenta, sin demoras, la pérdida: “no encontré la ayuda de mis palabras”. El segundo período parece duplicar el primero, no sólo por la estructura de ambas frases –“me incliné… /pero no encontré”, “quise saber…/pero no encontré”– sino también por el resultado: “no encontré respuesta”, es decir, otra vez, “no encontré palabras”. Sin embargo la segunda frase introduce una ligera modificación respecto de la primera, es la variación deíctica de “esta mañana” a “aquella mañana” que, como el velo que constituye la ciudad en los poemas de Alto Aire, separa a la vez que establece un vínculo de continuidad con los elementos anteriores. Esta apelación a elementos textuales como moduladores del poema elegíaco (en este caso la variación de los deícticos) se agrega al procedimiento principal del poema, la triple adversación: “me incliné… /pero no encontré”, “quise saber…/pero no encontré”, “En el lugar de mi rostro…/encontré una piedra” que se condice a su vez con el sentido de “poema por la muerte de” del poema elegíaco: “había, pero ya no hay”, “tenía, pero ya no tengo”[12]. Finalmente, y al cabo del establecimiento de la escena y la disposición de sus elementos, emerge, desde “las aguas de aquella mañana”, la imagen como remate, “encontré una piedra oscura de afiladas puntas”, llave de cierre que se reitera a lo largo de Poemas: “Árbol que meditas sobre mi sombra/y te tragas el espanto”, “Y para quien/se acerque a estos lugares hay un chasquido/de látigo en la noche/y un lomo de caballo que resiste”, etc. Como vemos, los nuevos recursos incorporados al texto a partir de Poemas provienen de todos los niveles de la lengua y no solamente de las técnicas del poema elegíaco clásico frecuentadas por el mismo Inchauspe en el conjunto Alto aire: aquí el repertorio se amplía al punto de ser la transición entre deícticos el procedimiento que está señalando la veladura y llegando a convertirse un giro sintáctico –la estructura adversativa– en el elemento que emula los tiempos del poema elegíaco. Por otra parte, el destierro del “tú” amoroso no significa la desaparición del lugar de la pérdida –el sentido de “poema por la muerte de” del género elegíaco– sino su desplazamiento hacia otra presencia: el canto, las palabras. Aparte del poema que acabamos de analizar, los ejemplos abundan:

Hubo un tiempo en que soñaba cantar
en medio de aguas agitadas y negras
pero una noche mi rostro se desarticuló
y cayó sobre la tierra hecho mil pedazos.

o, entre otros tantos, en el poema 5 de la tercera sección:

Asomado a una noche extraña
arrasada por los vientos
poblada de estrellas furiosas
que una vez dictaron a otros hombres
los nombres de fuego de Arturo
la Osa y el Centauro:
tu lengua sin cielo
tiembla
y se retuerce.

El movimiento presente en Poemas que procura desbaratar la forma cristalizada del poema elegíaco y que, como vimos, cuenta entre sus procedimientos principales con la tendencia al vocabulario corriente, el progresivo adelgazamiento de los atributos del “yo” poético, la disminución de los relieves del poema a un tiempo verbal único y la permanente concurrencia de la imagen, se extrema nuevamente en Trabajo Nocturno. El poema que da nombre al libro, por su belleza y también por su importancia dentro de la obra de Inchauspe, merece ser citado de manera íntegra:

1     Temprano
esta mañana
encontré en el patio de casa
el cuerpo de una enorme rata
5     inmóvil.
Moscas de alas tornasoladas
zumbaban alrededor del cadáver
y se apretaban en los orificios de unas heridas
que habían sido sin duda mortales.
10    Con bastante asco
la alcé con la pala y la enterré
en un rincón alejado
del jardín.

15    Al volverme
           desde el matorral de hortensias florecidas
emergió mi gata dócil
desperezándose.
Su brillante pelaje estaba todavía
20       erizado por la electricidad de la noche.
            Me miró
 y después comenzó a seguirme
 maullando suavemente
 pidiéndome –como todas las mañanas–
25     su tazón de leche fresca
 y pura.

El poema comienza entonces con el, a esta altura, típico anclaje en Inchauspe que, en un comienzo, parece duplicar el poema número 2 de la tercera sección de Poemas analizado anteriormente: el momento del día es el mismo (“Temprano/esta mañana”) y también la ubicación (“el patio de casa”, más adelante: “el jardín”). Pero donde el poema 2 repite tres veces el mismo motivo a través de una misma estructura, “Trabajo nocturno” progresa. A pesar de la fuerte presencia adjetival, el poema, en la primera estrofa, sólo se detiene en la descripción entre los versos 6 y 9, al momento de mostrar el estado de la rata muerta orbitada por moscas brillantes. Esta detención, cuya marca es el pasado imperfecto (“zumbaban”, “se apretaban”), se animará en adelante con el uso del pasado simple (“la alcé”, “la enterré”, etc.). Aquí la descripción se desplaza hacia la acción, desplazamiento mediante el cual se hace presente, con toda la fuerza de este gran poema, el elemento narrativo en la poesía de Inchauspe.   
La división del poema en dos estrofas similares (13 versos la primera, 12 la segunda) establece a su vez dos momentos del poema: el primero dominado por el hallazgo de la rata, el segundo por la aparición de la gata. Del mismo modo que ocurre con la primera estrofa, la segunda está formada por tres frases y es la segunda de estas frases (versos 19 y 20) la que propone nuevamente la descripción (“Su brillante pelaje estaba todavía/erizado por la electricidad de la noche”) para soltar otra vez su reacción hacia el remate del poema.
Ahora bien, aunque la presencia rata/gata de la primera a la segunda estrofa parecería proponer una tensión, el enfrentamiento no se pone de manifiesto en la superficie del poema. En vano buscaríamos entre los adjetivos que describen ambos animales rasgos opuestos: es un día claro y tanto la rata como la gata están rodeadas ambas por un brillante halo matinal, cada una con su ángel: la rata sobrevolada por moscas de alas tornasoladas, la gata con el pelaje cargado por una noche eléctrica. La mansedumbre con que ambas aparecen en el poema, la rata “inmóvil” y la gata “dócil”, no nos habla directamente de una pelea a muerte. El hombre –sabemos que lo es porque en algún momento siente, y es lo único que siente, “bastante asco”– no hizo otra cosa que enterrar una rata en el extremo del jardín y volver a casa seguido de su gata. ¿Qué es lo que nos lleva a suponer que esa pelea entre ambas ha ocurrido?
La respuesta es: la obra de Inchauspe, el sentido que emana del conjunto a través de la recurrencia de una escena: el testimonio de una búsqueda persistente de las palabras que muchas veces cobra la forma de un combate y que tiene por escenario el abrigo de un interior en el transcurso del día que va de la noche a la mañana. Dar muerte a la rata no significa el triunfo opulento de haber conquistado la tan preciada presa nocturna, tan sólo se ha impedido la entrada de una sombra amenazadora en el frágil ámbito donde se cultiva el poema, donde se generan las condiciones para su aparición, como si el cuidado por el poema fuera ya el poema mismo. “Trabajo nocturno”, poema que, en su claro aspecto objetual, no precisa de otra credencial que su propia existencia pero a la vez señal por medio de la cual se hace posible recuperar las permanentes preocupaciones de todo un derrotero de escritura, acerca el texto a la definición que ofrece Eliot de correlato objetivo: “un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que dan la fórmula de una emoción particular”. El punto en que “emoción particular” se recupera por medio de una “fórmula” que emana del conjunto de la obra indica que el poeta ha creado un universo propio.

* * *

“Cada poema es el último”[13] dice Inchauspe volviendo sobre la exigencia de Ménard y omitiendo toda referencia que involucre, a partir de allí, una idea de obra donde el poema pueda proyectarse más allá de sí mismo: la preocupación es el poema y el compromiso que demanda es el de un extremo cuidado con el cual ponerlo a salvo de “resultados precarios”[14].
En el trabajo desplegado a la luz de la consideración del poema como objeto –porque se trata del objeto final de la escritura pero también del producto acabado de un fino artesanado–, la condición de “último” exigida a cada texto habla de una experiencia obsesivamente decantada que, luego de recorrer un largo camino, encuentra la palabra sustantiva, pero podemos suponer también que esta misma condición “terminal” del poema es la que deja tras de sí un silencio espeso donde las palabras todavía resuenan como sombras que no abandonaron la habitación cuando el cuerpo que las proyectaba ya salió de nuestras vidas. Esta tensión entre palabra y silencio, ya lo advirtió la crítica, es la fuente donde abreva el poema de Inchauspe y la “escena emblemática” no estaría designando con sus marcas otra cosa que un pronóstico de escritura en la situación misma de volver a empezar, de volver a estar en el principio, frente a lo que será, otra vez, el poema: “Una vez más estás en el comienzo de la mañana”. 
Sin embargo, hay también en la tensión entre palabra y silencio una fuerza evolutiva que dota a la poética de Inchauspe de una voluntaria direccionalidad, autorizando la lectura de su obra como algo más que el resultado de un riguroso trabajo ante el poema o de la reunión de esos poemas en conjuntos aislados, en poemarios. Ese movimiento, del que se ha dado cuenta en esta introducción, tiene, como el poema mismo en Inchauspe, su base en el desencadenamiento del discurso y un horizonte de silencio: se trata de un creciente adelgazamiento del tono hacia una voz susurrada, de la contracción desde lo que el poema muestra de manera ostensible en los poemas de Alto aire hacia lo que apenas se deja ver en “Trabajo nocturno”.
El poema, en su tendencia al silencio, es decir, a ocultarse dentro de sí mismo, se convierte de este modo en la figura que condensa en sí características extensivas a todo un recorrido de escritura y no sólo se detiene en este punto, sino que  tiene todavía, en sus pliegues, algo que decir sobre la época. Este sentido ha sido recuperado por Sergio Delgado en su estudio introductorio a esta misma edición mediante la idea de secreto: el “secreto, escribe Delgado, puede estar haciendo alusión al pudor que caracteriza toda la poesía y, me atrevo también a decirlo, toda la vida de Inchauspe”. Puede pensarse el secreto, y con él también el poema “Trabajo Nocturno”, como un discurso que combina estratégicamente los puntos del discurso y los puntos del silencio en una frontera transparente, transitada solamente por quienes han participado de la infidencia. Su estructura es ocultarse y, al mismo tiempo, dejarse ver: más oculto y sería invisible, más a la vista y sería obvio.
Emerson escribió: “Tiempos de elocuencia son tiempos de terror”. En épocas en que el terror arrecia –y el terror viene redoblando desde el momento en que Inchauspe se enfrenta por primera vez a la página en blanco– el poeta santafesino toma partido por una voz baja, de una tonalidad cada vez más despojada en espacios de creciente intimidad (de la ciudad en Alto aire a la habitación en los libros posteriores), hasta alcanzar, mediante un persistente cultivo de sus herramientas, una poética de la profundidad, de lo llevado más adentro, un truco de ocultamiento, un decir sin decir. En el camino del poema desde su mostración hacia su secreto hay un proceso contrario al Proceso que sufre nuestro país en el momento en que Inchauspe escribe “Trabajo nocturno”[15] y traduce poetas brasileños, secreto ubicado cada vez más lejos de la emoción como exhibición y, sin embargo, “cada vez más cerca, más adentro de nosotros”[16].














[1] Poema 5 de la sección 1 del libro Poemas.
[2] Todos estos textos están reproducidos de manera íntegra en la sección “Crítica” en esta misma edición.
[3] Poema 1 de la sección 2 perteneciente al libro Poemas.
[4] Para una muestra de los poemas publicados por Luis María Castellanos y Alberto Vila Ortiz, consultar las notas al conjunto de poemas publicados por Inchauspe en la revista Alto Aire en esta misma edición.
[5] Los poemas publicados en Alto aire son cinco. Analizamos estos cuatro poemas en razón de que el poema restante fue recuperado por Inchauspe para ser incluido en el libro Poemas con el número 2 en la sección 1. Ver nota correspondiente en la sección “Notas” de esta misma edición.
[6] Para una aproximación al barrio de Guadalupe, ver en la sección “Notas” la referencia al poema “Brillante Guadalupe”. Para mayores precisiones sobre la relación que mantuvo Inchauspe con este barrio, se recomienda la lectura de la “Cronología” en esta misma edición. 
[7] En el poema 4 de la segunda sección del libro Poemas: “la sombra de estos paraísos”. Las “hojas de plátano” en el poema 6 de la misma sección. El “pasto” donde se revuelve voluptuosamente la gata en “Encadenado a esas palabras que no vienen” de la sección cuarta, etc.
[8] En el ensayo “Despojo y tensión” de Daniel García Helder incluido en la sección “Crítica” de esta misma edición se lee: “Todo su genio (el de Inchauspe) es de carácter poético, o bien elegíaco en un sentido lato…”.
[9] El renuncia al “tú” amoroso coincide con el abandono de la disposición en prosa del poema a favor del poema en verso y puede ubicarse con exactitud en el poema 3 de la sección 1 de Poemas.
[10] Poema 4 de la sección 1 de Poemas.
[11] “Querida sombra: las palabras/ no están en ninguna parte” escribe Inchauspe en “Lentamente ella se mueve bajo la luz de mi mirada”.
[12] Para una ampliación de la función del elemento adversativo en el poema elegíaco se recomienda enfáticamente el estudio de Daniel García Helder “Juan L. Ortiz: un léxico, un sistema, una clave” incluido en Juan L. Ortiz, Obra Completa,  Santa Fe, UNL, 1995.

[13] En “La poesía como método de conocimiento” entrevista realizada por Carlos Morán para el diario El litoral, 13 de julio de 1985.
[14] En la entrevista de Carlos Moran citada anteriormente.
[15] Una primera versión del poema sería escrita hacia 1976. Ver cronología.
[16] De la traducción a “Oda no cinquentenario do poeta brasilero” de Carlos Drummond de Andrade publicada en el diario El Litoral de Santa Fe el domingo 28 de marzo de 1976 e incluida en la sección “Traducciones” de esta misma edición.

1 comentario:

  1. Hermoso y amoroso trabajo sobre la poesía de Juan Manuel, Francisco. Gracias porque él se ocupó de difundir la poesía de todos menos la suya. Concepción Bertone

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